Arquitectura y diseño de conductas

La arquitectura produce realidades, modifica espacios y crea hitos que prevalecen con el correr de los años. Creemos que, además, en el espectro dentro del cual la arquitectura actúa, el diseño de conductas es de las propiedades más importantes, menos exploradas y de las cuales podemos valernos para generar sociedades más felices, sanas y funcionales.

El diseño de cada edificio lleva implícita una función que va alineada con los objetivos que persigue, como una biblioteca, un hospital, un colegio, una plaza pública o un edificio residencial. De modo que, una vez finalizada la obra y puesta en funcionamiento, conducirá un comportamiento orientado a su diseño. Una escuela, por ejemplo, generará, de acuerdo a su objetivo, conductas orientadas a la enseñanza y el aprendizaje de sus alumnos y personal docente. Por otro lado, la ejecución misma de la obra es también una manera obvia de producir una conducta sobre un grupo de individuos abocados a construirla.

Podemos decir, hasta ahora, que la arquitectura influye sobre la conducta del ser humano. Las preguntas que surgen alrededor de tal afirmación son más bien éticas. ¿Quién decide qué conductas se deben modificar? ¿En favor de quién deber ser modificadas? ¿Podemos aplicar los mismos principios en un proyecto de carácter privado y en un espacio público? ¿Es ético obligar a los usuarios a actuar de manera estandarizada, sin ahondar en las razones del cambio introducido? ¿Es, además, útil una transformación, que no profundiza en las causas?

La introducción y puesta en ejecución de una normativa que garantice la inclusión y el acceso a personas con movilidad limitada, como la mencionada en nuestro artículo Arquitectura Accesible: entrevista a Dinah Bromberg, son ejemplos de buenas prácticas de una arquitectura que busca facilitar la maniobrabilidad y el acceso a edificios en un grupo de individuos con necesidades especiales. Centros comerciales y malls dotados de rampas, amplios pasillos, puertas más anchas, baños con espacio suficiente para el manejo de sillas de ruedas y, en general, instalaciones dotadas de recursos que faciliten el acceso, la permanencia y el buen desenvolvimiento dentro de estas edificaciones, constituyen ejemplos concretos del diseño arquitectónico que busca democratizar los espacios y dar lugar a sectores de la población históricamente discriminados.

Por otro lado, ascensores que dejan a los visitantes de un centro comercial en medio de una experiencia que no solicitaron, curiosas distribuciones que aunque parecen contradecir la lógica del usuario, pero favorecen la visibilización de las vitrinas y sus mercancías, obligándolos a recorrer grandes distancias (y muchas tiendas) en la búsqueda de una vía de escape, son ejemplos de la arquitectura que diseña y predice conductas, esta vez buscando favorecer la actividad comercial, exponiendo a los usuarios a la oferta de productos y servicios disponibles, que de otro modo, podrían pasar inadvertidos o permanecer ocultos.

Los albores de la arquitectura conductual

El arquitecto renacentista italiano Leon Battista Alberti afirmaba en el siglo XV que las meras formas clásicas cautivarían a los invasores y los persuadirían de bajar sus armas y retroceder en sus misiones bélicas.

Por su parte, Frank Lloyd Wright, quizá el arquitecto más prolífico del siglo XX en los Estados Unidos, pensaba que la arquitectura apropiada rescataría a la nación de la corrupción.

También el arquitecto de origen suizo Le Corbusier, aseguraba que su edificio Villa Savoye, en Francia, tenía el poder de curar a los enfermos.

Aunque los tres fallaron en sus afirmaciones y predicciones, adjudicándole a la arquitectura influencias casi mágicas sobre el comportamiento humano e incluso sobre las respuestas biológicas del cuerpo humano, cada uno avistaba en la arquitectura un poder (aún entonces impreciso) para alterar las conductas y obtener resultados previsibles en sus usuarios y en la sociedad. O eso querían creer.

El poder del diseño arquitectónico para producir cambios conductuales definitivamente no es mágico, pero es innegable que un edificio o un paisaje urbano tienen la fuerza para generar transformaciones en sociedad, aunque los resultados que se obtengan no sean siempre los previstos ni cuenten con la aprobación o el visto bueno de sus usuarios finales. Se trata de un diseño que ocupa un espacio y en el que existe una interacción con sus usuarios. De esa interacción surge una experiencia que sin dudas produce una respuesta.

En la década de los 30s, el arquitecto y urbanista estadounidense Robert Moses diseñó y construyó en Nueva York grandes avenidas y autopistas con la finalidad de ser recorridas exclusivamente por automóviles y constituyéndose en vías de rápido acceso hacia zonas exclusivas de la ciudad, con un reconocible valor paisajístico, pero que escondían grados de discriminación, pues el transporte público y personas de bajos recursos no serían usuarios de estas vías ni tendrían, por lo tanto, acceso a los mismos destinos que las clases de mayor poder adquisitivo.

A mediados del siglo XIX, el Barón Haussmann, planificó la ciudad de París teniendo en cuenta los objetivos de Napoleón III: mantener a raya de una vez y para siempre las revueltas y manifestaciones de algunos sectores descontentos con su gestión. El diseño de la ciudad de Haussmann contó con grandes avenidas que conectaban puntos de mucha relevancia arquitectónica y urbanística, pero que evitaban, dada su anchura, la colocación de barricadas por parte de los insurgentes, además de permitir la colocación estratégica del ejército y la ubicación de su artillería para atacar focos de protesta y barricadas desde lejos. Un caso tan evidente como el de Robert Moses sobre el uso de la arquitectura como agente de control social, una forma poco loable de “moldear” conductas.

Diseño conductual, imposición de normas y prohibiciones

La arquitectura hostil, también conocida como defensiva, es el conjunto de estrategias basadas en el diseño arquitectónico y del uso de materiales específicos que buscan combatir los usos “indebidos” de los espacios públicos, entorpeciendo las conductas “indeseables” de sus instalaciones.

Bancos con separadores para definir el número exacto puestos, púas metálicas frente a las vitrinas de algunas tiendas, uso de luces de colores y hasta sonidos de alta frecuencia, que aturden después de cierto tiempo, son algunas de las herramientas de las cuales se vale la arquitectura hostil para conseguir sus objetivos. Sin embargo, las estrategias de esta disciplina son cuestionables desde el punto de vista ético, pues enmascara problemas sociales como la pobreza, migraciones, personas sin hogar, individuos con enfermedades mentales y víctimas de la adicción a las drogas.

Se trata de un diseño urbanístico que crea una utopía, una ilusión de perfección, una burbuja social, y que pone el logro de esta utopía por encima de las verdaderas necesidades de la sociedad, y que además las oculta, anulando cualquier posibilidad de participación ciudadana para abordar el problema y de alcanzar una resolución con beneficios que repercutan sobre toda la sociedad y no solo en un sector de esta.

En este sentido el Camden Bench es el objeto que mejor simboliza la arquitectura defensiva u hostil. Se trata de un banco de hormigón, instalado por primera vez en Londres en espacios públicos, en el año 2012. Un banco en forma de bloque de concreto macizo, liso y con forma irregular, sobre el cual es imposible dormir una siesta, anti-skaters (ya que sus bordes dificultan sus maniobras) y anti-graffiti, pues su recubrimiento repele la pintura. Es un bloque de concreto que sirve para sentarse de forma breve e incómoda.

Algunos métodos de la arquitectura defensiva consisten en soluciones menos drásticas, pero cuyos objetivos y resultados esperados parecen salidos de la ficción. 

  • Barrios con iluminación rosa con el fin de resaltar la imperfecciones del rostro y desalentar a los adolescentes a salir por las noches.
  • Iluminación azul para dificultar que los adictos al uso de drogas con jeringas puedan encontrarse las venas o para aprovechar los efectos calmantes y reducir el número de suicidios en el metro de Tokio. 
  • Pintura hidrofóbica como recubrimiento para repeler cualquier líquido, especialmente la orina que corroe y se convierte en fuente de malos olores y foco de posibles infecciones.

El diseño defensivo busca recrear un bienestar superficial, sorteando las causas y alejando la solución al problema. Por otro lado, las soluciones técnicas que plantea, limitan el uso del espacio público y ponen en entredicho la libertad de uso por parte de sus usuarios.

Arquitectura y asombro

La arquitectura tiene el potencial de generar cambios importantes, aun cuando no haya un claro consenso acerca de los mecanismos, no solo materiales sino éticos, a través de los cuales pueda y deba lograrlos.

Sin embargo, la estética y el asombro que los edificios y estructuras pueden transmitir mediante sus formas y diseños, han logrado influir de manera positiva sobre la psicología social, generando sensación de cohesión, solidaridad, apoyo, fortaleciendo su entramado y favoreciendo su resiliencia, aun cuando no haya acabado con la corrupción ni puesto fin a las guerras, como lo predijeron Battista Alberti, Frank Lloyd Wright o Le Corbusier. El asombro es el detonante del que se han valido las artes para conmover y provocar emociones que invitan a la reflexión.

La arquitectura puede valerse (y se vale) del recurso estético para conmover a sus usuarios y provocar cambios emocionales que repercutan en su bienestar, ayudándolo a sobreponerse en circunstancias difíciles. Visto de ese modo, podríamos afirmar que el diseño puede incluso salvar vidas, pues con el asombro es posible reducir la prevalencia y la gravedad de trastornos de los estados de ánimo.

Aunque cada edificio es diseñado con un propósito, cada uno debe tener como norte generar, más allá de su función, un óptimo estado de ánimo sobre sus visitantes y usuarios, una sensación de coherencia, seguridad y bienestar, de refugio temporal, que fomente la solidaridad y la resiliencia en el conjunto social, que lo haga sentirse conectado y lo anime no solo a experimentar bienestar como individuo, sino a desear el bien común del conjunto del cual forma parte.

Y, aun cuando la arquitectura conductual se ha enfocado en el diseño de servicios de salud, donde los cambios de comportamiento pueden tener consecuencias de vida o muerte, lo cierto es que el confort, el bienestar y la salud emocional son aspectos que pueden ser abordados más eficientemente como un plan global, en macro y desde todos los flancos, y no atacados de manera únicamente puntual, desarticulada y reaccionaria.

Diseño y transformación social

A pesar de lo mucho que se ha especulado acerca de su poder transformador y de su potencial como modificador de estados emocionales, la arquitectura conductual ha carecido de suficientes estudios formales que permitan definir sus alcances y métodos con un conocimiento técnico que los avale y que garanticen su eficacia, por encima de las promesas.

Sin embargo, ha contado con numerosos intentos que reflejan la fe y la expectativa que los profesionales de la arquitectura han puesto sobre esta disciplina para modificar significativamente, de manera más permanente y sostenible el comportamiento de nuestras ciudades y sociedades.

La arquitectura moldea conductas, pero quizá no haya sido eficaz modificando pensamientos. Puede dirigir modos de actuar y forzar algunas respuestas, pero en algunos casos, como en la arquitectura hostil y defensiva, falla al dejar sus estrategias sin un contexto que fomente la comprensión del problema, dejando los conductas “indeseables” sin reflexión y obviando las posibles soluciones que podrían surgir del pensamiento crítico de la misma sociedad que solo se siente obligada a actuar de determinada forma porque el diseño no le deja otra alternativa.

Es un error desviar la mirada del conflicto y su origen, forzando conductas para “desaparecer” lo que incomoda, sin alentar la discusión en torno al problema. Las transformaciones deben ser atendidas de forma integral, con campañas de sensibilización que inviten a la participación de la comunidad.

Los ciudadanos no pueden conformarse con seguir las reglas que se le imponen, sino que deben aspirar a ser protagonistas en la creación de la sociedad a la que aspiran. Las sociedades deben sentir que sus ciudades son espacios donde sus necesidades y sus sueños son tomados en cuenta, que fomenten su libertad, en los que sientan que pertenecen y al que puedan contribuir a mejorar.

El diseño de espacios de recreación como parques, museos y bibliotecas, deben enfrentar el reto de cuidar su instalación y su patrimonio, fomentando la conciencia del cuidado y de la mancomunidad, pero a la vez preservando el espíritu de libertad que los usuarios buscan en estos recintos.

De igual modo, hospitales e instituciones destinados a la salud y a brindar protección y bienestar deben ser capaces de ofrecer la atención que prometen y para la cual han sido diseñados, dando acceso y movilidad dentro de los parámetros convenidos para una institución sanitaria, sin despreciar los factores lúdicos y estéticos, que harán más cómoda y amigable su estancia y en general su experiencia dentro de estas instalaciones.

Ciudades felices, sociedades más resilientes

El autor estadounidense Charles Montgomery afirma en su charla TEDx The Happy City Experiment que los ambientes pueden afectar de manera medible la productividad, el crecimiento económico de una nación y la esperanza de vida de la población. Afirma que las ciudades donde los individuos se sienten conectados son más resilientes, superan las dificultades con mayor facilidad y se recuperan más fácilmente de las enfermedades.

En la misma charla, Montgomery describe que los sistemas y formas de una ciudad influyen en cómo nos sentimos y cómo nos relacionamos con el otro, por lo que las calles, los edificios, los parques y aceras son infraestructuras emocionales.

La implementación de pasos peatonales, bulevares, ciclovías, parques recreacionales, museos y lugares que fomenten la integración de los diferentes sectores de la sociedad, acortan las brechas que los separan, engranándolos para funcionar como una sociedad saludable, productiva y feliz.

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